Pocos aspectos de la vida de una persona llevan denominadores comunes, pero uno que se encuentra inmerso en varias decisiones claves para un ser humano es la Confianza. Así como al amor, las definiciones parecen no hacerle justicia y las palabras para describirlas, mezquinas. Este no es el único punto en común con el amor, pero eso lo retomaremos luego. La confianza, requiere de esfuerzos constantes y concretos para nacer, crecer y madurar; es puesta prueba de manera consciente o inconsciente a lo largo de nuestras vidas. Debe ser algo preciado y valorado tanto por quien la otorga como quien la recibe así como también no debe dejar lugar a grietas por más pequeñas que puedan ser. Quien deposita su confianza en otros, sin criterio o a la ligera, puede no comprender la esencia de ésta o bien carecer de contenidos valiosos, que demanden confianza. Cuando nos referimos a contenidos, hacemos referencia a aquellos intelectuales, afectivos, emocionales, etc. Si pensáramos en la confianza como un tobogán, tendríamos dos situaciones: por un lado, la manera en que llegamos a la cima y por otro, la manera en que bajamos de la misma. Si la cima del tobogán fuera la confianza, podríamos subir por ambos lados. Ahora, la rampa puede llegar a ser el camino más atractivo dada su menor inclinación, por lo tanto, menor esfuerzo comparado a las escaleras. Pero ese menor esfuerzo trae aparejado un riesgo: el resbalón. La escalera por otro lado, permite dar pequeños pasos, asentarse y preparar el próximo paso hacia la cima. Cada paso nos permite tomar conciencia de lo que hemos recorrido pero también de lo que debemos recorrer aún.
La segunda situación se trata de lo difícil que resulta llegar a la cima, en comparación con lo fácil que resulta bajar. En otras palabras, el llegar a la confianza es un camino extenso, cuidadoso pero que debe ser constante ya que de caso contrario, la “rampa del tobogán” nos devolverá al inicio en un abrir y cerrar de ojos.
Una vez comentada la dualidad que genera la importancia/fragilidad de la confianza, podemos preguntarnos ¿qué implica la confianza?
A pesar de contar con una base en común, para responder a esta inquietud, debemos separar en dos aspectos: la confianza en uno mismo y la confianza en otro.
Ambos casos debería ser parte de un ser completo y en armonía pero nunca que uno sea la excusa para el otro. Depositar confianza en otro por falta de confianza en uno y viceversa llevará, tarde o temprano, a una desilusión. En el menor de los males, quien sufrirá la desilusión será el otorgante, pero generalmente ambos terminarán perjudicados.
Con la intención de ser más claro, nos referiremos a cada caso de manera independiente.
La confianza en uno mismo exige de nosotros una introspección y autocrítica inmejorables. En este proceso, un individuo debe preguntarse a sí mismo: ¿me conozco realmente? ¿Conozco mis virtudes y vicios? Si los conozco, ¿estoy dispuesto a aceptarlos o modificarlos?
La confianza debe trascender las palabras, convirtiéndose en un sentimiento, acompañado de una convicción propia de quien se conoce a sí mismo y tiene presente sus objetivos. A pesar que en muchas ocasiones se utilicen como sinónimos, confianza y convicción resultan ser dos realidades diferentes que se entrelazan por momentos.
Es muy común hablar de “confianza ciega”. Desde el momento que decimos eso, estamos mostrando una ignorancia sobre lo que la confianza representa. Quien la otorga, no debe dejar de tener presente que el receptor de esa confianza es una persona y por lo tanto cambiante y capaz de cometer errores y aciertos (sean voluntarios o no). En el sinfín de ámbitos que una persona está inmersa, pueden surgir conductas distintas dentro del mismo individuo, por lo cual la confianza no sea siempre adecuada. Por esto, no debe ser tomado como algo negativo sino como un proceso el saber a quién le otorgamos nuestra confianza en los distintos aspectos.
A su vez, puede resultar importante tener presente que un depositario de confianza, no desee serlo o simplemente no se considere merecedor de recibirla. Este rechazo como en el caso anterior, no debe ser tomado como algo negativo, sino como una muestra de conocimiento de sí mismo y como una expresión de valor hacia el depositante. El camino más fácil de quien recibe, es aceptar la confianza (de manera tácita o expresa) y luego proceder indiscriminadamente sin consideración alguna por la otra persona.
Cabe resaltar el hecho que en muchas ocasiones la confianza en uno mismo puede ser catalogada como “soberbia” o “prepotencia”. Este estado, generalmente es acompañado por un cambio actitudinal y proactivo que suele llevar a malentendidos. Será cuestión de agudizar la percepción para poder realizar una diferenciación entre ambas. De hecho, la soberbia, tiene oculta una desconfianza y desvalorización de proporciones inimaginables.
Ahora abordaremos el caso de la confianza en otro, en un tercero. Así como hemos hablado de la importancia de conocerse a uno mismo resulta de suma importancia el conocer al potencial receptor de nuestra confianza. Se trata de un proceso que no tiene una duración preestablecida o recomendada pero que debe ser llevado a cabo. Debido a que no existe herramienta alguna para medir “niveles de confianza”, el individuo elabora su propia escala y se guía por sentimientos para determinar la “confiabilidad” de un individuo.
A diferencia de lo que sucede con uno mismo, en este caso, ante una situación que rompa el vínculo de confianza entre ambos, el otorgante puede elegir, si así lo deseare, entre la serie de personas/afectos de su ámbito para dar origen a un nuevo vínculo de confianza.
Si pensáramos en términos gastronómicos, la confianza resulta ser la base de toda comida, los cimientos de ésta sobre los cuales se erigirá el resto de la obra. Es aplicable y esencial para crecer, para sentirnos plenos. Es capaz de generar sensaciones de libertad, de alivio así como también fortalecer vínculos afectivos. Toda pareja debería contar con la confianza como uno de sus pilares fundamentales ya que sin ella resultaría imposible y desgastante relacionarse con otra persona. El amor lleva implícito confianza y la falta de uno, lleva a la pérdida del otro. Permite entregarse plenamente y abrirse a conocer y ser conocido por el otro. Nos abre las puertas al corazón de nuestra pareja, con sus alegrías y tristezas que la conforman.
Algunos dirán que es posible enmendar lo que alguna vez se rompió. Aunque se logre esa enmienda, es importante tener presente que nunca será tan fuerte como lo fuera originalmente. Lleva consigo el parásito de la duda, que se alimenta de cada ambigüedad y de la sociedad misma para encontrar la manera de nuevamente romper el vínculo. Qué importante que es el poder reconocer cuando no se debe siquiera intentar enmendar lo que se ha roto. Exige madurez y valor, pero demuestra crecimiento, amor y confianza en uno mismo. Teniendo en mente lo difícil que resulta lograrla y lo fácil que resulta romperla, podremos otorgar la valoración que se merece a una simple palabra que aglomera a tantos aspectos de una persona: la confianza.
La segunda situación se trata de lo difícil que resulta llegar a la cima, en comparación con lo fácil que resulta bajar. En otras palabras, el llegar a la confianza es un camino extenso, cuidadoso pero que debe ser constante ya que de caso contrario, la “rampa del tobogán” nos devolverá al inicio en un abrir y cerrar de ojos.
Una vez comentada la dualidad que genera la importancia/fragilidad de la confianza, podemos preguntarnos ¿qué implica la confianza?
A pesar de contar con una base en común, para responder a esta inquietud, debemos separar en dos aspectos: la confianza en uno mismo y la confianza en otro.
Ambos casos debería ser parte de un ser completo y en armonía pero nunca que uno sea la excusa para el otro. Depositar confianza en otro por falta de confianza en uno y viceversa llevará, tarde o temprano, a una desilusión. En el menor de los males, quien sufrirá la desilusión será el otorgante, pero generalmente ambos terminarán perjudicados.
Con la intención de ser más claro, nos referiremos a cada caso de manera independiente.
La confianza en uno mismo exige de nosotros una introspección y autocrítica inmejorables. En este proceso, un individuo debe preguntarse a sí mismo: ¿me conozco realmente? ¿Conozco mis virtudes y vicios? Si los conozco, ¿estoy dispuesto a aceptarlos o modificarlos?
La confianza debe trascender las palabras, convirtiéndose en un sentimiento, acompañado de una convicción propia de quien se conoce a sí mismo y tiene presente sus objetivos. A pesar que en muchas ocasiones se utilicen como sinónimos, confianza y convicción resultan ser dos realidades diferentes que se entrelazan por momentos.
Es muy común hablar de “confianza ciega”. Desde el momento que decimos eso, estamos mostrando una ignorancia sobre lo que la confianza representa. Quien la otorga, no debe dejar de tener presente que el receptor de esa confianza es una persona y por lo tanto cambiante y capaz de cometer errores y aciertos (sean voluntarios o no). En el sinfín de ámbitos que una persona está inmersa, pueden surgir conductas distintas dentro del mismo individuo, por lo cual la confianza no sea siempre adecuada. Por esto, no debe ser tomado como algo negativo sino como un proceso el saber a quién le otorgamos nuestra confianza en los distintos aspectos.
A su vez, puede resultar importante tener presente que un depositario de confianza, no desee serlo o simplemente no se considere merecedor de recibirla. Este rechazo como en el caso anterior, no debe ser tomado como algo negativo, sino como una muestra de conocimiento de sí mismo y como una expresión de valor hacia el depositante. El camino más fácil de quien recibe, es aceptar la confianza (de manera tácita o expresa) y luego proceder indiscriminadamente sin consideración alguna por la otra persona.
Cabe resaltar el hecho que en muchas ocasiones la confianza en uno mismo puede ser catalogada como “soberbia” o “prepotencia”. Este estado, generalmente es acompañado por un cambio actitudinal y proactivo que suele llevar a malentendidos. Será cuestión de agudizar la percepción para poder realizar una diferenciación entre ambas. De hecho, la soberbia, tiene oculta una desconfianza y desvalorización de proporciones inimaginables.
Ahora abordaremos el caso de la confianza en otro, en un tercero. Así como hemos hablado de la importancia de conocerse a uno mismo resulta de suma importancia el conocer al potencial receptor de nuestra confianza. Se trata de un proceso que no tiene una duración preestablecida o recomendada pero que debe ser llevado a cabo. Debido a que no existe herramienta alguna para medir “niveles de confianza”, el individuo elabora su propia escala y se guía por sentimientos para determinar la “confiabilidad” de un individuo.
A diferencia de lo que sucede con uno mismo, en este caso, ante una situación que rompa el vínculo de confianza entre ambos, el otorgante puede elegir, si así lo deseare, entre la serie de personas/afectos de su ámbito para dar origen a un nuevo vínculo de confianza.
Si pensáramos en términos gastronómicos, la confianza resulta ser la base de toda comida, los cimientos de ésta sobre los cuales se erigirá el resto de la obra. Es aplicable y esencial para crecer, para sentirnos plenos. Es capaz de generar sensaciones de libertad, de alivio así como también fortalecer vínculos afectivos. Toda pareja debería contar con la confianza como uno de sus pilares fundamentales ya que sin ella resultaría imposible y desgastante relacionarse con otra persona. El amor lleva implícito confianza y la falta de uno, lleva a la pérdida del otro. Permite entregarse plenamente y abrirse a conocer y ser conocido por el otro. Nos abre las puertas al corazón de nuestra pareja, con sus alegrías y tristezas que la conforman.
Algunos dirán que es posible enmendar lo que alguna vez se rompió. Aunque se logre esa enmienda, es importante tener presente que nunca será tan fuerte como lo fuera originalmente. Lleva consigo el parásito de la duda, que se alimenta de cada ambigüedad y de la sociedad misma para encontrar la manera de nuevamente romper el vínculo. Qué importante que es el poder reconocer cuando no se debe siquiera intentar enmendar lo que se ha roto. Exige madurez y valor, pero demuestra crecimiento, amor y confianza en uno mismo. Teniendo en mente lo difícil que resulta lograrla y lo fácil que resulta romperla, podremos otorgar la valoración que se merece a una simple palabra que aglomera a tantos aspectos de una persona: la confianza.
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